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Sinceramente; lo sabemos todos

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  • 6 abr 2020
  • 4 Min. de lectura

Por Carlos Rojas En estos momentos donde muchos saben mucho y nadie sabe todo es cuando nos cruzan las vidas de a montones en tiempos que las perdemos, protegemos, o preservamos:

El hombre de atrás dice que a él le vienen seis u ocho cuarentenas por delante y que hace dos meses no paga la cuota de 25.000 pesos mensuales por su auto que compró con trabajo y esfuerzo. Y que sea por el kirchnerismo, el macrismo o la inflación pre-coronavirus o por el covid-19 en sí, la cuarentena impuesta, difícilmente pueda ver la luz desde el fin del párate la semana que viene hacia adelante. Un comerciante sanjuanino justifica que paró todo por sesenta días porque el presidente lo mandó a quedarse en su casa. “Y no le debo nada a nadie y con los que me deben empezaremos a futuro desde cero” A todo esto -Larga fila en una reconocida ferretería de San Juan- todos hombres a metro y medio de distancia, evidencian una cola de unos setenta metros, ni uno luce como albañil, todos lucen como hombres parados en cuarentena y de profesión diversa que les vino aquello de vamos a ver que se puede hacer en la casa. El tema es que todos estos hombres que pagan de contado, otros con débito y otros tarjetean sin chistar somos el insulto al verdadero albañil: Acabo de levantar una pared que debería haberla hecho un changarín hace veinte días, pero como por la cuarentena estamos quietos, uno mismo debe parar la changa.


-Alberto le habla al Ceo de Techint y le sugiere que es momento de ganar menos y colaborar con la crisis, a los días se junta con un líder sindical, y destaca su ejemplo dirigencial. Y hoy carga contra “todos aquellos estúpidos que vaticinan un derrumbe económico sin pensar que hoy es entre todos”-. El ferretero se sospecha Paolo Rocca, el comerciante empresario dueño de transporte y todos los estúpidos, que hacemos esta cola, de casi cien metros la hacemos entre todos. Cómo siempre hemos hecho todo entre todos. En el medio las redes sociales, el disparate al extremo, de quién es la culpa de la exposición de jubilados en las calles, de qué haremos después de tantos días encerrados, de cómo puede ser que hayan abucheado a la médica con el virus en San Juan. Ayer Máxima Zorreguieta, el Papa Francisco y hoy la hoguera: los condimentos de la sociedad argentina, los ídolos, las redes, la hoguera y la edad media. Todo microclima. El pueblo y la gente están en otro lado, para peor, consumiendo todo lo que les llega al whatsapp como memes, declaraciones de funcionarios, y videítos alarmantes. Pienso -que hay momentos en los que los periodistas debemos dejar de “jugar al periodista “. Entiéndase por esto dar como cierta información que no viene de fuentes oficiales- Y quizás preguntarnos más, cómo se hace para esconder un elefante en una plaza, y respondernos que llenando la plaza de elefantes: Porqué desde diciembre de 2019 el virus de Wuhan, está siendo más que el coronavirus, una pulseada al sistema, una guerra en la cual los estados y los gobiernos están actuando en consecuencia (cerraron sus fronteras, sus límites, su tránsito, su comercio, sus fábricas). Y los periodistas lo sabemos, pero nos dejamos llevar por los microclimas. Y si la gente comienza a actuar en consecuencia, y si el mal mayor aún no ha llegado. Hay un mal mayor. Y si no contamos el número de recuperados. Ese dato es tristemente bélico y célebre. Siempre lo fue: Es lo que más demuestra en una guerra las miserias, fragilidades y al mismo tiempo las esperanzas. Entonces, si al hombre angustiado, que se sabe por sus deudas, con seis u ocho cuarentenas por delante. Al comerciante que la ve venir y para plazos. Y al presidente que bordea la sensibilidad anti-peronista y da espacio a la porfiada espina que todos conocemos: le damos un sinceramente, no al futuro, sino a fin de año. Todo puede llegar a “cambiar” hasta para el albañil que la changuea día a día más allá de la argentina unida. O el mundo que nos toca por el covid19. Y si fuese natural. Si el virus verdaderamente fuese natural: y no nos alcanzaran los hospitales, ni las tiendas de campaña del ejército, ni los barbijos, ni las tandas publicitarias de las parrillas de los canales de televisión todos, ni las teorías de las guerras biológicas, ni las declaraciones de guerra de Donald Trump contra el coronavirus y los carteles del narcotráfico en treinta días. Ni la alteración del orden mundial que presume Henry Kissinger, que lo último que supimos de él fue decir a mediados de los setentas, que la paz llegaría y que EEUU estaba decidido a “hacerla llegar” frente a los norvietnamitas. -Es más que abrumador-. Insisto y si el virus fuese natural; todo sería agua en los dedos. Y se caería el sistema a pedazos. Y occidente estaría frente al espejo que nunca estuvo. Y las economías internacionales serían conservadoras como siempre lo fueron. Y nada. No nos quedarían ni los abrazos, ni los besos, solo resguardarnos aún más hacia adentro, porque los síntomas ya están en evidencia, pero podemos lograrlos juntos, unidos, codo a codo como el saludo universal de los humanos hoy en día: Y a esperar que todo pase, adentro o afuera paulatinamente vamos conociendo un mundo difícil de revertir, porque el que no está infecto de coronavirus está infecto de la cabeza y el 3g, 4g y el 5g -ya nada es natural- y si el virus lo fuese; las distancias máximas por ejemplo entre el sinceramiento y el sincericidio sobre el covid-19 quedarían reducidas a ver contar nuestros muertos por millones y de ahí el fin de la humanidad toda o casi toda. Según la Organización Mundial de la Salud, una de las pocas ventajas de la propagación del coronavirus, es que deja a los niños pequeños y jóvenes de edad temprana prácticamente intactos. -El futuro de la especie está asegurado-. Ojala el mundo del futuro, como decían nuestros abuelos, sea para bien. Porque en este ya no hay tiempo, ni para psicosis, ni para metáforas. Hay fin. Y lo sabemos todos. O no.

 
 
 

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